EL FARO DE ALEJANDRIA

Adquirió en mí, la talla del Faro de Alejandría
hace que deambule por distantes universos
borró las cicatrices de la hiel y la amargura,
templa mi voz para gritar con estos versos.

Ya no atesoro como antaño el terrible desconsuelo
ni razono en las escorias perpetuas del tormento,
que estrangulaba del palpitar su garbo florecido
cambió en lo profundo, el arcaico sentimiento.

Me da las raíces y la altura de aquel gran roble,
colma mi interior con el lenguaje más fragante
me enseña a derribar con las coplas el fuerte dique
la atesoro en mi corazón cual insólito diamante.

Enredada entre sus sueños me renuevo cada día,
pregono que es fortuna, mi universal contento
con la fuerza de sus brazos, sostiene así mi vida
mi mañana se levanta con el soplo de su aliento.

Es el dulce aposento donde mi existir descansa,
la hoguera que alumbra mi opaca noche fría
el espejo de mi espíritu, el reflejo de mi ansia
de mi caminar incierto; gigantesca torre, noble guía.

¡La poesía tiene la estatura, del Faro de Alejandría!