Vino Ella, con sus ligeros pies
helenos,
dirigió
sus lindos cantos a las aves.
Majestuosa,
con un corazón tan tierno,
despidiéndose
cual compungida tarde.
Nutricia
del talento y la poesía,
sostenía la
aguda hoz con la siniestra
era la Diosa
Madre en plena agonía,
intentando
dar los granos a la bestia.
Respiró la
atmósfera tan descompuesta,
con gérmenes
de una insalvable amargura
entristeció
al saber que ya no era suya
y que esa
niebla empañaba sus estrellas.
Ella, mujer
gentil que amó la armonía
veía más allá
del ser, de las cosas,
siempre
portaba en la mano rosas rojas,
llegó el
domingo a segar toda alegría.
Con la
izquierda cortó todos los luceros
los almacenó
en su colosal alforja,
renunció a
la tierra, emigró a otra gloria,
dejó triste
y sombrío este vano cielo.
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Querida Miriam.
ResponderEliminar¡Qué verdadero placer reencontrarme en tu lectura!
Y qué versos más lindos!
Gracias por compartir y muchos besos de corazón.
Yo agradezco infinitamente tus visitas amigo. Un abrazo a la distancia.
ResponderEliminarSabes que me encanta leerte, Mimi, mi cariño y muchos besos enredados con abrazos.
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