Al final de aquel jardín
cubierto de verdosa hiedra,
podía verse el verdín
atorado entre la piedra.
Ocho pies de sepultura,
cimientos de soledad,
una espantosa estructura
nitrosa por la humedad.
En el mando de escorpión
de mil ochocientos veinte,
sostuvo la habitación
de la hija del presidente.
Una mujer muy hermosa,
ojos cual diáfano cielo,
mejillas color de rosa,
cabello de terciopelo.
Todo en ella, era de diosa
de los nobles, fantasía.
Su destino: ser esposa
del rey de Santamaría.
Una ciudad muy pequeña
enclavada en la montaña,
con aroma a flor de alheña
y a néctar de fresca caña.
Cuenta la historia que un día,
se asomó en aquel lugar
un ser de la minoría
"Martín" se hacía llamar.
Era el vergel su trabajo
cuidar con afán las rosas,
pero el destino le trajo
situaciones dolorosas.
Un día tan rutinario,
apareció en la ventana
la niña del mandatario,
que transformó su mañana.
Ninguno supo el momento,
ni cómo se enamoraron,
pero a partir de ese tiempo
todas las cosas cambiaron.
En secreto fue el afecto,
la reina con el mendigo,
parecía todo perfecto,
hasta que vino el castigo.
La joven está preñada,
habrá muy pronto evidencia,
apremia que esté casada,
para guardar la apariencia.
Se programó el matrimonio,
con el de Santamaría,
arreglos de patrimonio,
lo demás: hipocresía.
Del pueblo se la llevaron
aquello fue tan sonoro,
parece que la encerraron,
en una mazmorra de oro.
Al final de aquel jardín
hoy solo quedan las ruinas
y los llantos de Martín,
retumbando en las colinas.
Se escucha al anochecer
quejas de amor del amado
y
se ha visto a la mujer
de casto blanco a su lado.
Al ver el funesto muro,
lleno de moho y frialdad,
todos dirían: "Seguro,
es por la mucha humedad".
El pueblo da testimonio,
desde principio hasta el fin,
que el orín es un demonio
del corazón de Martín.
Se te hecha en falta, es un placer leerte. Mil besos.
ResponderEliminarGracias por recordarte de mí. Un saludo.
ResponderEliminarMimí, muy bueno.
ResponderEliminarPachuco
Gracias, muchas gracias. Anònimo Pachuco. Saludos
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