confuso celaje por cabellera,
para acercarse al sol y que su ombligo
se torne en nácar de brillante gema.
Extremidad de soledad tan fría
a su calidez la materia aferra,
abraza su ardor, se convierte en vida
para ser jarra, de su efluvio llena.
De tanto tropezarse con su brillo
el plasma mutar en azul muy fino
y ataviar su alma de nevado lino,
inmoló la esencia y fundió su cirio.
Su cuerpo es arrecife, un duro escollo
su núcleo a pausas se ha extinguido
rajado espejo, polvo anochecido,
tres pedazos de un reluciente chorro.
Pero tan pronto se presenta el alba
va rastreando el codiciado fuego,
con ese hermoso lienzo en que se hilvana
la serenidad del viaducto al cielo.
En el dorsal de la estación distante
donde se esconde el arrebol del hielo
repetirá en nocturno trashumante
el sonido áfasico de un te quiero.
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